martes, 26 de agosto de 2003

Los valores en la actual FAN

Toda la vida, la institución armada se ha nutrido de valores y principios. Existió en la organización una suerte de decálogo de referencias para la actuación del Cadete Militar Venezolano en su actuación institucional, ciudadana y personal.
La maquina que siempre movió a las Fuerzas Armadas Nacionales fue la satisfacción del deber cumplido. Más allá de eso no había referencia material que arropara el beneplácito de saber que se había arribado a concluir la exigencia operacional, el requerimiento administrativo inherente al cargo.
No existía compensación material para un militar, que equilibrara el saber que se había arribado a la meta establecida. Bastaba saber que se había obedecido las disposiciones y se había arribado al cumplimiento del deber.
Una felicitación por escrito, una palmada, un aplauso, una condecoración, una mención en la orden del día, una barra de honor al merito, un ascenso eran suficientes para compensar los esfuerzos del profesional y el alistado militar en el cumplimiento de sus obligaciones.
Esa era la savia de la organización militar venezolana. El nutriente de todas las organizaciones militares del mundo.
Eso es lo que diferencia una Fuerza Armada de línea, institucional, del estado; a una fuerza mercenaria.
Ese decálogo es lo que se conoció como el Código de Honor del Cadete en la Academia Militar de Venezuela y otros equivalentes del honor en los demás institutos de formación profesional de las Fuerzas Armadas Nacionales. Era obligatorio el conocimiento y aplicación de cada una de las diez normas desarrolladas en el mismo, incluso había que aprendérselo de memoria para poder salvarse de sanciones disciplinarias.
Recuerdo que uno de los artículos mas importantes del código citado era el numero 6: “Prometo guardar culto al valor, a la honestidad y a la verdad; que guardare y mantendré aún con riesgo de mi propia seguridad y bienestar”.
La honestidad es una de las cualidades que nos gustaría encontrar en las personas o mejor aún, que nos gustaría que todos los integrantes de una corporación la poseyeran.
La honestidad es una forma de vivir congruente entre lo que se piensa y la conducta que se observa hacia el prójimo, que junto a la justicia, exige en dar a cada quien lo que le es debido.
Podemos ver como actitudes deshonestas la hipocresía, aparentando una personalidad que no se tiene para ganarse la estimación de los demás; el mentir continuamente; el simular trabajar o estudiar para no recibir una llamada de atención de los padres o del jefe inmediato; el no guardar en confidencia algún asunto del que hemos hecho la promesa de no revelarlo; no cumpliendo con la palabra dada, los compromisos hechos y la infidelidad.
Faltar a la honestidad nos lleva a romper los lazos de amistad establecidos, en el trabajo, la familia y en el ambiente social en el que nos desenvolvemos, pensemos que de esta manera la convivencia se hace prácticamente imposible, pues ésta no se da, si las personas somos incapaces de confiar unos en otros.
Para ser honesto hace falta ser sinceros en todo lo que decimos; fieles a las promesas hechas en el matrimonio, en los compromisos, en la empresa o negocio en el que trabajamos y con las personas que participan de la misma labor; actuando justamente en el comercio y en las opiniones que damos respecto a los demás. Todos esperan de nosotros un comportamiento serio, correcto, justo, desinteresado, con espíritu de servicio, pues saben que siempre damos un poco más de lo esperado.
En la convivencia diaria podemos vivir la honestidad con los demás, no causando daño a la opinión que en general se tiene de ellas, lo cual se puede dar cuando les atribuimos defectos que no tienen o juzgando con ligereza su actuar; si evitamos sacar provecho u obtener un beneficio a costa de sus debilidades o de su ignorancia; guardando como propio el secreto profesional de aquella información que es particularmente importante para la empresa en la que prestamos nuestros servicios, o de aquel asunto importante o delicado que nos ha confiado el paciente o cliente que ha pedido nuestra ayuda; evitando provocar discordia y malos entendidos entre las personas que conocemos; señalando con firmeza el grave error que se comete al hacer calumnias y difamaciones de quienes que no están presentes; devolviendo con oportunidad las cosas que no nos pertenecen y restituyendo todo aquello que de manera involuntaria o por descuido hayamos dañado.
Si queremos ser honestos, debemos empezar por enfrentar con valor nuestros defectos y buscando la manera más eficaz de superarlos, con acciones que nos lleven a mejorar todo aquello que afecta a nuestra persona y como consecuencia a nuestros semejantes, rectificando cada vez que nos equivocamos y cumpliendo con nuestro deber en las labores grandes y pequeñas sin hacer distinción.
La honestidad desemboca necesariamente en el honor. Este es la sublimación de la consecuencia entre lo que se dice con lo que se hace.
Habitualmente se ha dicho que los militares son hombres de honor. Seres rectos, capaces de cumplir con la palabra empeñada y con el juramento expresado. La palabra de un militar era tenida como un documento compromiso, lacrado con el honor de quien la cedía. De allí la existencia del juramento y la promesa de fidelidad a la bandera nacional.
El Juramento de Promesa de Fidelidad a la Bandera Nacional es una materialización del empeño de la palabra de los militares. En ello les va el honor.
Cuando el superior pregunta solemnemente a los subalternos ¿Prometéis a Dios y a la Republica, en presencia de la Bandera, defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida y no abandonar jamás a vuestros superiores? Con el ¡Si...lo prometo! Que se exterioriza como respuesta se esta sellando un compromiso del honor.
¡Pero veamos cuales son los valores que se están comprometiendo y que están participando del acto intrínsecamente, cuando se empeña la palabra en este juramento! La verdad inicialmente, Dios, la Republica, la Bandera Nacional, la Patria, sus instituciones, la vida, los superiores.
Eso, en esta revolución bolivariana ha pasado a ser pasto del recuerdo. ¡Quien se aventure a manifestar su condición de hombre de honor, asumo que será objeto de rechiflas y trompetillas e inmediatamente es segregado del rebaño carmesí!
La honestidad como cotización moral en un militar es una de las referencias más importantes. El honor siempre ha sido para los militares un faro que ilumina cada una de sus actuaciones. Esta no solamente tiene que ver con la pulcritud en las actuaciones, sino también con la consecuencia con los arquetipos ideológicos y doctrinarios de una persona, sean de orden personal, corporativo e institucional, social y hasta nacional.
La honestidad ha quedado sepultada en las paletadas del ¿cuánto hay pa’ eso militar?, en las camionadas del ¿cómo quedo yo ahí castrense? Y en las empujadas del ¡lo mío me lo dejas en la olla camuflado!
Otro de los referentes corporativos es la valentía; la cuál es un valor universal que nos enseña a defender aquello que vale la pena, a dominar nuestros miedos y a sobreponernos en la adversidad. Sin la valentía, en los momentos difíciles nuestras vidas podrían irse a la deriva, sin embargo la fortaleza interior conducida por una conciencia recta, pueden llevarnos más lejos de lo que podríamos imaginar.
Ser valiente no es sencillo. En ocasiones, la valentía significa afrontar las consecuencias de nuestros actos, los productos de nuestros errores. El niño que admite ante sus padres que fue él quien rompió la ventana del vecino, el empleado que reconoce el no haber hecho su trabajo como era debido, el padre de familia que acepta ante sus hijos que debería haber pasado más tiempo con ellos son ejemplos que, por desgracia, a veces no son tan comunes: son ejemplos de personas que han tenido la fuerza de aceptar su error y de afrontar sus consecuencias.
La vida misma no es sencilla y puede ser, en ocasiones, sorprendentemente dura: La muerte de un ser querido, una enfermedad, la ruina de un negocio son ejemplos de momentos tremendamente difíciles. La valentía es la diferencia entre hundirse o seguir nadando.
Por otra parte, la valentía también tiene que ver directamente con defender lo que sabemos que es correcto. La conciencia con frecuencia nos indica que se está cometiendo una injusticia, o que se está violentando algún derecho. En esos momentos, es necesaria una posición concreta para actuar como es debido y para defender lo que está bien.
La valentía nos hace personas ordinarias que pueden obtener resultados extraordinarios. Una persona que defiende al débil, que admite sus errores, que afronta las consecuencias de sus actos, que no calla cuando sabe que algo está mal, puede estar asumiendo riesgos, pero también está creando una diferencia real en su vida y en el mundo que le rodea.
Los seres humanos solemos dejarnos llevar por la comodidad y, desgraciadamente, por los miedos. Con gran frecuencia generamos nuestros propios fantasmas y temores inexistentes; nos planteamos consecuencias que aún no existen pero que vemos como algo muy real. ¡Qué triste es el papel de un muchacho que no se atreve a decirle a una chica cuánto le gusta por miedo a que ella le rechace! No es raro que nuestra imaginación nos traicione planteándonos escenarios y panoramas desoladores, y nos inmovilizamos simplemente porque creemos que algo puede salir mal.
La valentía es afrontar riesgos, vencer miedos. A veces las consecuencias de algo pueden ser duras. En ocasiones nuestra valentía no cambia el mundo. El niño que admite haber roto la ventana del vecino puede ser de cualquier forma castigado, quizá el padre que confiesa no haber pasado suficiente tiempo con sus hijos no puede cambiar el alejamiento con su familia, también a veces el muchacho que le abre su corazón a la chica que le gusta es rechazado. La valentía no asegura el éxito inmediato, eso es cierto. Sin embargo hay una gran diferencia entre ser un cobarde y ser un valiente: la posibilidad de lograr algo. La diferencia es Esperanza. Quien es cobarde tiene un futuro cierto: la mediocridad. Quien es valiente tiene un futuro inmediato incierto, pero siempre encontrará al final del camino la corona de la victoria.
El valor como referencia en la actuación del militar es obvio. Normalmente el estereotipo más consecuente, al hacer mención a la vida militar, era el de la valentía. El policía y el militar eran sinónimos de valor, de temeridad, audacia; todas ellas contiguas al valor personal. No se puede concebir a un militar como cobarde. Al fin y al cabo la confrontación de la prisión y la muerte son el día a día durante la guerra; y durante la paz, a pesar de que el riesgo se atenúa, en cualquier momento se va a enfrentar.
En alguna oportunidad el militar deberá tomar decisiones en las que tenga que enfrentar el riesgo de la prisión o de la muerte. Eso no es un riesgo que se ignora, se asume desde el mismo momento en que se adopta el compromiso de “...defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida”. Nadie puede decir que fue engañado.
El valor de muchos de nuestros uniformados, la mayor parte de los ahora institucionalistas y de los ex (Los coloquialmente conocidos como Jineteras de la Revolución Bolivariana), se ha quedado en las tasaciones de los apartamentos adquiridos en los exclusivos condominios, reservados para los escuálidos según la absurda teoría revolucionaria chavista. Ese bien es de un valor inalcanzable.
Por cierto, hay que ser honestos y reconocer la valentía y la honestidad de algunos de los que abrazan las banderas de la revolución. Son consecuentes y creen en lo que están haciendo, que es lo contrario de muchos oportunistas y arribistas políticos y militares; y en ese grupo numeroso se insertan un alto porcentaje de nuestras Jineteras de la revolución Bolivariana (Los antiguos militares institucionalistas).
Por ultimo el valor de la verdad. La verdad es un valor que caracteriza a las personas por la actitud congruente que mantienen en todo momento, basada en la claridad de sus palabras y acciones.
¿Alguna vez has sentido la desilusión de descubrir la verdad?, ¿esa verdad que descubre un engaño o una mentira?, seguramente si; la incomodidad que provoca el sentirnos defraudados, es una experiencia que nunca deseamos volver a vivir, y a veces, nos impide volver a confiar en las personas, aún sin ser las causantes de nuestra desilusión.
Pero la verdad, como los demás valores, no es algo que debemos esperar de los demás, es un valor que debemos vivir para tener amigos, para ser dignos de confianza.
Para ser sinceros debemos procurar decir siempre la verdad, esto que parece tan sencillo, a veces es lo que más cuesta trabajo. Utilizamos las "mentiras piadosas" en circunstancias que calificamos como de baja importancia, donde no pasa nada: como el decir que estamos avanzados en el trabajo, cuando aún no hemos comenzado, por la suposición de que es fácil y en cualquier momento podemos estar al corriente. Obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y así sucesivamente... hasta que nos sorprenden.
Al inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, ocultamos el enojo o la envidia que tenemos. Con aires de ser "franco" o "sincero", decimos con facilidad los errores que comenten los demás, mostrando lo ineptos o limitados que son.
No todo esta en la palabra, también se puede ver la verdad en nuestras actitudes. Cuando aparentamos lo que no somos, (normalmente es según el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios, círculo social...), se tiene la tendencia a mostrar una personalidad ficticia: inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres... En este momento viene a nuestra mente el viejo refrán que dice: "dime de que presumes... y te diré de que careces"; gran desilusión causa el descubrir a la persona como era en la realidad, alguna vez hemos dicho o escuchado: "no era como yo pensaba", "creí que era diferente", "si fuese sincero, otra cosa sería"...
Cabe enfatizar que "decir" la verdad es una parte de la Sinceridad, pero también "actuar" conforme a la verdad, es requisito indispensable.
El mostrarnos "como somos en la realidad", nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos, esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones,
En ocasiones faltamos a la verdad por descuido, utilizando las típicas frases "creo que quiso decir esto...", "me pareció que con su actitud lo que realmente pensaba era que ..." ; tal vez y con buena intención, opinamos sobre una persona o un acontecimiento sin conocer los hechos. Ser verdadero, exige responsabilidad en lo que decimos, evitando dar rienda suelta a la imaginación o haciendo suposiciones.
Para ser verdadero también se requiere "tacto", esto no significa encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una persona algo que particularmente puede incomodarla (pensemos en cosas como: su modo de vestir, mejorar su lenguaje, el trato con los demás o la manera de hacer y terminar mejor su trabajo), primeramente debemos ser conscientes que el propósito es "ayudar" o lo que es lo mismo, no hacerlo por disgusto, enojo o porque "nos cae mal"; enseguida encontrar el momento y lugar oportunos, esto último garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena intención de ayudarle a mejorar.
En algún momento la verdad requiere valor, nunca se justificará el dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto que se tiene de nuestra persona. Si por ejemplo, es evidente que un amigo trata mal a su esposa o a sus empleados, tenemos la obligación de decírselo, señalando las faltas en las que incurre y el daño que provoca, no solamente a las personas, sino a la buena convivencia que debe haber.
La persona verdadera dice la verdad siempre, en todo momento, aunque le cueste, sin temor al qué dirán. Vernos sorprendidos en la mentira es más vergonzoso.
Al ser verdaderos aseguramos la amistad, somos honestos con los demás y con nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por la veracidad que hay en nuestra conducta y nuestras palabras. A medida que pasa el tiempo, esta norma se debe convertir en una forma de vida, una manera de ser confiables en todo lugar y circunstancia.
La verdad es otro blasón estigmatizado en esta revolución de opereta y que ha quedado al descubierto por cada uno de los integrantes de la institución armada. Cada vez que alguno de nuestros jefes militares enfrenta los medios de comunicación, para argumentar los desafueros de sus comandados, parecieran creación de Geppeto.
Cada vez que oímos a algunos de nuestros jefes militares enfrentar los medios de comunicación social para tratar de refutar un acto opositor, para mercadear una bondad del gobierno, para argumentar un acto del régimen; simplemente lo percibimos en un crecimiento desmesurado del apéndice nasal. ¡Y a veces esta diciendo la verdad!
Pero es que la mentira ha sido un antivalor cultivado desde las canteras del gobierno, que sus voceros oficiales son percibidos como mentirosos, taimados, hipócritas, patrañeros y chapuceros y cuando se trata de los ilusionistas uniformados, peor aún.
En una sociedad, donde el militar tenía un estereotipo de la verdad, esta ha pasado a ser un comodín en las manos, los ojos, los oídos, la nariz y la lengua de los uniformados. ¡Cuando la lengua se desboca por justificar artificialmente esta revolución de pacotilla, los esfuerzos se reflejan en la nariz! ¡Pudiera decirse matemáticamente a traves de una formula sencillita y sin rebuscamientos, que los esfuerzos por argumentar y descargar verbalmente (la lengua) las bondades de esta revolución chapucera, son directamente proporcionales a la presencia de pestilencias y marismas en el ambiente político (la nariz)! ¡Les crece de una manera desmesurada el remate nasal!
Lo peor es que, habiéndose enaltecido en toda una vida institucional de ser consecuentes con la verdad, ahora los militares deben arrastrarse en las miserias del embuste y la falacia para justificar su concubinato revolucionario.
El valor de la amistad y el profesionalismo, la consecuencia, la autenticidad, el liderazgo, la libertad, la confianza, la lealtad, la paz, la prudencia, la solidaridad, la sinceridad, el respeto, la flexibilidad, el patriotismo, el compromiso, el carácter y el servicio son hitos y mas que hitos son condiciones indispensables y atributos de los aspirantes a ser parte fundamental, para el funcionamiento de la institución militar.
Sin necesidad de establecerlos en una libreta de cuero, en una tabla histórica, un pergamino laureado, bastaba que el militar fuese inducido a convivir activamente en estos valores institucionales para ser parte de la organización castrense. De allí nace la idea, el arquetipo y el paradigma, la abstracción, la emoción gremial que impulsa a agruparse para generar la violencia organizada del estado y planteada de una manera constitucional.
La fuerza de línea con estructura sistemática, la organización militar con definiciones de mandos orgánicos, de liderazgos impecables, con referencias constitucionales y legales en su actuación que es la antitesis de la horda violenta y transgresora, la caterva infractora y delincuente, la pandilla proscrita y fascinerosa, el tumulto provocador e impaciente y el barbarismo armado y sin dirección.
Eso fue lo que le dio noción de cosa establecida a la organización militar a nivel mundial. Desde mucho antes de la historia y cuando el hombre se empezó a agrupar organizadamente para defenderse primitivamente.
Nació, creció, se desarrolló y consolidó la Institución Fuerzas Armadas.
Cuando no sea así, se pasa a la categoría de banda, de montonera confusa, de turba armada sin ningún ideal capaz de generar violencia por generarla.
Recientemente vi una película de los estudios Disney; “La maldición del Perla Negra” con Johnny Deep, Geoffrey Rush, Orlando Bloom y Keira Knightley; es una trama que sigue muy bien la magia del reino encantado de Walt Disney y en ella se hace mención a un código entre los piratas, reglas para cumplir o pautas para tener referencias en la actuación. Estamos hablando de gente acostumbrada a la violencia sin ningún tipo de escrúpulos y sin los frenos morales actuales.
¡Y lo cumplían estrictamente! Era una manera de garantizar la supervivencia de la organización en el tiempo.
La Hermandad de la Costa, una asociación de piratas en la isla de La Tortuga, era una organización militar y política de la época (1640) que reseña muy bien el fallecido escritor Francisco Herrera Luque en la Historia Fabulada (Editorial Pomaire, 1981), y describe la manera como funciona una organización en la que el riesgo es la orden del día y en la que deben tomarse y lo mas importante, cumplirse medidas por parte de sus asociados.
¡También estamos hablando de piratas!
Así funcionaban las Fuerzas Armadas, no solamente las de Venezuela, sino las de cualquier país que se precie de ser serio o de cualquier organización.
Si establecemos un patrón de comparación en el antes y después, colocando como la raya que divide el 2 de febrero de 1999, que es la fecha cuando Hugo Chávez Frías asume la primera magistratura del país y constitucionalmente el cargo de Comandante en Jefe de la Fuerza Armada Nacional, entonces debemos asumir que los valores que eran referencia dentro de la institución militar, pasaron a ser un gran estorbo, una inmensa necedad que obstaculiza los planes de la consolidación de Hugo en el poder político.
¿Cómo salir de ellos? Me imagino que esa sería la gran interrogante para el Maquiavelo tropical. Y la respuesta se la proporcionó el barbiespeso caribeño, quien mas sino Fidel.
Potenciando, promocionando, ascendiendo y reconociendo a todos aquellos integrantes de la institución militar que cultiven los antivalores nacionales (La mentira, la hipocresía, la traición, la felonía, la apostasía, la vileza, la mediocridad, la intriga, la cobardía, el desapego, la deslealtad, la inconsecuencia, el malinchismo, el deshonor, la enemistad, la informalidad, la indiscreción, la aflicción, etc.) que puedan minar paulatinamente los valores de la organización (El valor, la honestidad, la verdad, el honor, el patriotismo, la consecuencia, el servicio, el carácter, el compromiso, la flexibilidad, el liderazgo, el respeto, la autenticidad, la sinceridad, la perseverancia, la solidaridad, la prudencia, la paz, la lealtad, la confianza, la amistad y la libertad entre otros.)
El actual Ministro del Interior y Justicia, el General en Jefe Lucas Rincón Romero, es el blasón de la meta definitiva de un militar profesional. Y es el representante militar de la institución del quintarepublicanismo en esta etapa de la nacionalidad. ¡Es el espejo donde deben verse los militares bolivarianos!... pero además de eso, es el molde de la futura institucionalidad militar bolivariana.
Cuando se mencione la verdad militar bolivariana, surgirá la figura de Lucas; cuando se apele a la honestidad militar revolucionaria, los tres soles del General Rincón iluminarán los foros de la discusión; el momento de poner a prueba la valentía revolucionaria del militar chavista, exigirá que los bríos y atrevimientos del General en Jefe Rincón Romero sean los pasos iniciadores del reto al peligro.
Todo ello haciendo abstracción de la transmutación como Ángel de la Anunciación cuando se le comunicó al país aquel 12 de abril de 2002, la renuncia de Chávez, la cual...aceptó; del famoso incidente administrativo en la Dirección de Administración del Ministerio de la Defensa, aún en vericuetos de la Contraloría General de la Nación, donde se endosaron los cheques a la domestica por un millardo de bolívares y el sueño placentero, rodeado de granadas de mano y guardaespaldas, en la habitación del quinto piso del Ministerio de la Defensa, una vez que Chávez renunció el 12 de abril. ¿Cómo quedó la verdad, la honestidad y el valor?
¿Quién no quiere llegar a la jerarquía de General en Jefe? ¿Quién no quiere ser equilibrado con el General en Jefe Eleazar López Contreras? ¿Con el General en Jefe Simón Bolívar? ¿Con el General en Jefe Rafael Urdaneta? Todos ellos en la sublimación de las más alta jerarquía militar a que puede aspirar un verdadero militar profesional.
Ahora...¿Quiénes en el cultivo de los antivalores, calzan los puntos para también tener la oportunidad de ser promocionados por el régimen, al grado de General en Jefe?
¡Cualquiera de nuestros actuales generales de división y vicealmirantes, tiene los meritos para ser General en Jefe!

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