sábado, 5 de julio de 2008

ALIAS HUGO CHAVEZ

Esta crónica esta saliendo como homenaje a la conmemoración de los 197 años de la Declaración de la Independencia de Venezuela y el Día de la Fuerza Armada Nacional. Es una ofrenda humilde a Venezuela, pero una manifestación de respeto a ese gran contingente de hombres y mujeres de Venezuela que hacen vida institucional en la Fuerza Armada Nacional (FAN). Esos mismos a quienes nuestro tornapulérico General en Jefe, Ministro del popó para la Defensa ha calificado como burros y cobardes.
A estas alturas del juego democrático y tal cuál como han venido desarrollándose los acontecimientos, nadie en la Fuerza Armada Nacional puede decir que no conoce realmente a su Comandante en Jefe. El Teniente Coronel Hugo Rafael Chávez Frías, ese quien salió egresado de la Academia Militar de Venezuela como Subteniente integrante de la Promoción Simón Bolivar II en 1.975, ha pasado a ser un alias de su propia realidad.
Hace 35 años el Brigadier Hugo Chávez en Gamelotal estado Lara, en el periodo de campo de la Academia Militar de Venezuela era un sute jodedor y abierto, famoso por sus conferencias disciplinarias a los cadetes subalternos. Era Hugo, con la solidaridad de nuestros años mozos, un conversador copioso y surtido de las noches larenses, en la punta del cerro que estábamos atravesando con la patrulla de exploración y patrullaje. Su muestrario de temas era múltiple y en cada uno de ellos asumía un protagonismo heterogéneo y plural, como un veguero embustero y farolero. Los nuevos, con esa vena que caracteriza al subalterno de conocerle todas las vueltas al superior, murmurábamos del carácter tramoyista y patrañero del brigadier. Ya todos los de la patrulla conocíamos a Furia como medio liso. ¡Era un gran mojonero y punto!
Desde el año 1.989 cuando se devela por primera vez en el Ejército la conspiración del Teniente Coronel Chávez, sus compañeros de generación alentaron alguna simpatía hacia el campechano profesional y hasta apoyaron un margen de solidaridad grupal, sin amarrarse a compromisos de felonía y conspiración. Haciendo abstracción de la inercia organizacional, la ausencia de coraje de los mandos de esa ocasión y la incompetencia profesional de los responsables de las decisiones de aquella época, creo que la naturaleza ilusa e ingeniosa de Chávez y su personalidad de novelero tuvo una influencia significativa en el desarrollo de la conspiración y en su desenlace el 4 de febrero de 1.992, bajo la mirada complaciente y de lenidad de muchos jefes militares y políticos. Asumo que muchos le creyeron las cobas políticas y los embelecos militares de Tribilin.
Cuando ocurren los resultados electorales del 6 de diciembre de 1.998 y la asunción de Hugo Chávez al poder, muchos de quienes componían esa famosa escuadra de exploración y patrullaje en Gamelotal estado Lara, hicieron esfuerzos por conseguir una fotografía famosa en la que aparecía presidiendo el fachendoso y comediante Jefe de la patrulla. La instantánea apareció y se convirtió por arte de la lisonja personal y el requiebro institucional en un cuadro al óleo que se entregó pomposamente para hacerle la barba al nuevo jefe de Venezuela, en la sede del propio Ejercito que pisoteó el 4 de febrero de 1.992. El cuadro se convirtió en una de las primeras manifestaciones de enjabonamiento personal al pichón de Sátrapa y de exaltación a la felonía. Ya el fantasma de la deserción al deber y al compromiso con los principios en la patrulla, se había convertido en materia y algunos patrulleros de Gamelotal ya glorificaban la nueva personalidad institucional y constitucional en que se había trasmutado el sute barinés de los inacabables coloquios de las noches larenses del periodo de campo.
En la medida que ha transcurrido la vida institucional de la Fuerza Armada Nacional (FAN) durante estos nueve años y el desenvolvimiento de su Comandante en Jefe al frente de sus delicadas labores para garantizar el cumplimiento de la misión y el bienestar de sus hombres, tal cuál como decía el viejo y gastado librito de Mando y Conducción; este no ha estado a la altura de las exigencias del cargo y cada día el proceso de desmoralización corporativa, de desinstitucionalización, de dislocación estratégica, de ausencia de liderazgo y de deterioro del apresto operacional se acelera exponencialmente para dar paso a una banda de depredadores institucionales y parapetos organizacionales, en modo alguno aparejados a una fuerza de línea y una entidad tecnificada y profesional, acorde con las exigencias del nuevo milenio. Hugo Chávez ha pasado a ser un gran hablador de paja reiterativo y porfiado, con banda presidencial; cuestión de reminiscencias de Gamelotal.
Es difícil que entre los burros y los cobardes (institucionales) y los maguilistas (chavistas) que cohabitan en este momento en la Fuerza Armada Nacional haya alguien que no tenga una definición exacta y precisa del perfil personal y profesional de alias Hugo Chávez, el Comandante en Jefe.
¿Quién es Hugo Chávez? El sute de Gamelotal ha sido en estos largos nueve años Fidel Castro, Mao Tse Tung, Martin Luther King, Saddam Hussein, Moammar Gaddafi, el Che Guevara, Lenin, Pedro Pérez Delgado (Maisanta), Abraham Lincoln, Mahatma Gandhi, Ezequiel Zamora, Simón Rodríguez, Manuelita Sáenz, Marulanda (Tirofijo), Sandino, Tío Tigre, Ho Chi Ming, Tío Conejo, Carlos El Chacal, Carlos Marx, Juan Sonso, Pedro Rímales, Bart Simpson, Simon Bolivar y Mafalda. Lo mismo se encarama en la punta del Chimborazo para representar la propia versión de su delirio, que va al Monte Aventino en Roma a jurar en contra del imperialismo; pero es incapaz de cumplir en Venezuela la Constitución aprobada en 1.999.
¿Quién es Hugo Chávez? El veguero de Sabaneta se transmuta cada cierto tiempo en un warao en uno de esos tantos caños del Delta del Orinoco para compartir con farsa de circo, su exclusión ancestral y con la misma prisa de la argucia va a las cumbres y los encuentros multilaterales de presidentes, a denunciar teatralmente el disimulo de su propio disfraz y el fraude de su exclusivo fingimiento. Basta recordar aquello de “los presidentes de cumbre en cumbre y los pueblos de abismo en abismo”; hasta que se estrella con una expresión que hemos debido apropiarnos en la cima del cerro de Gamelotal hace 35 años, los integrantes de la patrulla de exploración y patrullaje en plenas peroraciones impertinentes y estiradas del brigadier...¿Por que no te callas?
¿Quién es Hugo Chávez? No es difícil calificar y precisar al Comandante en Jefe en este momento. En cualquier plano hay una determinación bien precisa. Hay a la mano bastantes elementos de naturaleza personal, profesional, política, académica, intelectual, moral, y familiar para diseñar un perfil bien contiguo a la realidad. Lo mismo puede dejarse crecer la barba y recrear su propia Sierra Maestra y Bahía de Cochinos en la fertilidad de su desembarazada imaginación de mitómano profesional, que pasearse por una fantástica Ofensiva del Tet conducida personalmente por él en un Viet Nam, dos Viet Nam, tres Viet Nam en la personificación de un Ho Chi Ming de papier maché. Ese es Hugo Chávez. ¡Un gran mojonero y punto!
Desde los lejanos días de Gamelotal en el estado Lara, la patrulla de la cancha de exploración y patrullaje, Toro Toro de Toro uno, las conferencias quiméricas y novelescas del Brigadier Hugo Chávez hasta el Alo Presidente, la caracterización del lacayunismo y la genuflexión de la fotografía convertida en cuadro al óleo y estos largos nueve años de ficción política, fábula militar, sueño sociológico, ilusión geopolítica, fantasía revolucionaria e imaginación de novelista que ha sido la realidad de Hugo Chávez; nadie mejor que otro mentiroso y chapucero como Hugo Chávez dentro de la Fuerza Armada Nacional para desconocer la verdadera personalidad de su Comandante en Jefe.
¿Quién mejor para conocer la esencia y la sustancia del Teniente Coronel Hugo Chávez? Precisamente él. Por eso le calza completo el alias Hugo Chávez, como a cualquier miembro del secretariado de las FARC.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Leyendo su artículo recordé un cuento de un afamado escritor antiqueño (Colombia) quien por allá en 1918 escribió un cuento corto, entre otras muchas obras, que se llama "El gran premio" y en el que noventa años atrás nos advirtió que venía "el hombre de la verruga" a causarnos daño y a sembrar la inmoralidad y el vicio después de haberlo ido regando por todo el mundo con diferentes apariencias y nombres. Me tomé le libertad de cipiarlo y aqui se lo envío.

TOMAS CARRASQUILLA NARANJO * CUENTOS
EL GRAN PREMIO

I
Si hijo, no te desalientes -decía el Padre Rector a un su antiguo discípulo recién licenciado en Jurisprudencia-. El que lucha con perseverancia puestos los ojos en Dios y en su Santísima Madre, triunfará aquí abajo y allá arriba. A quien espera en lo eterno, lo temporal le pertenece.
¡Quién sabe, Reverencia! –repone el abogado medio risueño -. Las cosas de tejas para arriba, por lo mismo que son inescrutables, no pueden someterse a reglas fijas ni a fórmulas humanas.
¿Has perdido, acaso, los principios que aquí te inculcamos? - ¡Dios me libre, Reverencia! Pero conozco a tantos que luchan con tesón, que piden con fe, que esperan en Dios, y que, lo que es aquí abajo no han conseguido sino desengaños y hepatitis. En cambio conozco muchos poltrones muy nulos, que, sin pedir nada a Dios ni acordarse de El, andan por ahí, vencedores en toda línea. A este respecto me sé yo una historia de “primo cartelo”.
-No será cosa del otro mundo; pero cuéntala chico si no es un secreto.
-¡Ni mucho menos! Pero es larga, y la gran Reverencia, con toda su fe, no va a creerla. Sin embargo es tan auténtica y tan comprobada como los Evangelios Sinópticos.
-¡Mucho te curas en salud; así serán tus evangelios! Cuéntalos, ya que estamos en vacaciones.
-¡Pues bien. La Reverencia habrá de estimular todos sus afectos y todas sus facultades de creyente, y .....va de historia fehaciente:
Erase que se era un pobre diablo, un mandria de estos que son ineptos por pereza y perezosos por ineptitud, uno de estos enfermos de la voluntad, que parecía sobrar en la vida, porque para nada servía ni tenía uso de ninguna especie. Más, como esto no se opone legalmente al santo estado del matrimonio, lo contrajo desde los verdes años y se fue a vivir a casa de su mujer, por allá a un pueblo de escaso vecindario, cercano a un río caudaloso.
En un dos por tres acabó con el exiguo patrimonio que la esposa aportara, hasta quedar reducido a la última indigencia. ¡Pero eso sí! Cada año les enviaba el cielo, lloviera que tronara, fruto amable de bendición. Los deberes y responsabilidades que esto implica, lejos de mover al hombrecito, le hundían más y mejor en el marasmo negro de la anulación. Era, en suma, la bestia agobiada que se echa con la carga a la vera del camino.
Pero mi hombre, que tenía vanidad y amor propio a su modo, trataba de engañar a los demás y a sí mismo.
Quien no lo conociese lo tomaría por el hombre más activo y ocupado, según eran los afanes y los alardes por aquellas faenas tan grandes y tan perentorias. Ibase al río a disputar a los pájaros las moras y las bellotas a los cerdos, y, cuando volvía con algún tronco medio podrido, de esos que la corriente arrima a la orilla, entraba triunfante a la zahúrda donde se hacinaba su prole, y decía a su mujer muy satisfecho: “¡Hoy si ha sacado buen jornal tu maridito!”. Y cuando por evento daba con alguna nidada, por ahí en los ejidos, gritaba desde la puerta: “¡Prendan candela que hay comida hasta tirar por lo alto!”. Pero aunque el caso fuera raro, había que comer los huevos conforme fueron puestos, por falta de sal y de tizones.
Estas proezas lo alegraban un momento, para apurarla la murria que su vergüenza interior, su irreductible abandono y sus hambres le traían siempre consigo.
Nunca se había preocupado de creencias ni prácticas piadosas, y, a fuerza de envenenarse con su propia amargura, vino a parar, sin darse cuenta de ello, en ese antideismo rabioso de los desheredados y vencidos, que es uno como odio a la Providencia, todo lo cual no se oponía a sus agüeros de emperador romano.
Claro está que la mujer tenía que pagarle todos sus despechos y atosigamientos. La infeliz, que era una bendita, sufría lo indecible con aquel marido que le deparó su negra estrella. Pero era tal que de nada le culpaba, pensando que todo ello era cosa ingénita en su hombre, y que, por lo mismo, de nada era responsable. Al verlo tan poquita cosa, tan infeliz y tan ridículo, sentía la tierna conmiseración de una madre por un hijo epiléptico. Como a tal lo trataba, oponiendo a los arrebatos y cantinelas cuanta dulzura acendraba su corazón piadoso.
La pobre vivía pegada de los santos, sin perder la esperanza en la Divina Providencia. “Algún día”, pensaba siempre; pero ese día no llegaba.
Ayudada por sus dos hijitas mayores luchaba brazo a brazo con el tigre del hambre; pero por mas milagros y sortilegios que obrasen, el tigre se las comía. Las miserias que podían industriarse eran, la mayor parte, para el jefe de la familia. Ella se hacía una cruz en la boca y los chiquitines se iban a merodear a los huertos, o a acostar por ahí, con esa boca abierta y esos ojos extáticos de los niños con hambre.
Aunque la mujer ocultaba en lo posible tanta miseria, una vecina pudo imponerse de todo, y, con el disimulo y decoro del caso, los socorría según sus medios. Ella vino a ser la providencia de la familia. Pero una vez se le ocurrió como rasgo ingenioso de caridad indicar al hombre la caza o la pesca, ofreciéndose a facilitarle perros, útiles y demás enseres respectivos. ¡Que ofensa aquella! ¿Él, caza? ¿Él, pesquerías? ¿Un hombre tan ocupado en esas? Hartó de injurias a la vecina y ...¡adiós providencia!
Varias veces había pensado en el remedio del suicidio; más nunca se consideró con el valor o con la cobardía para aplicárselo. Pero un día se despertó tan desahuciado y con tales ansias de comer algo que fuese alimento y de tomar algo que no fuese agua, que determinó ensayar a ver si era capaz de alguna hazaña. Pensó que desde cierto peñón altísimo, podría, acaso, tirarse hasta un camino, con tal que el vértigo de la altura coincidiese con el de la muerte.
Con el propósito del ensayo iba a salir , cuando su mujer lo llamó aparte y le dijo:
-Mira el regalo tan rico que nos ha mandado el ama del señor cura. Era un cuarto de cabrito primorosamente aderezado, un pan blanquísimo y enorme y una bota de buen vino -. Hoy no estamos en casa desprovistos ; y, si me pongo a repartir esto entre todos, de nada nos suplimos. ¿Por qué no aprovechas tú sólo? Hace días que no pruebas un buen bocado ni catas ningún vino. Vete por ahí al campo, que el día está hermoso: te distraes, te bañas y almuerzas con toda tranquilidad.
Y ahí mismo, sin esperar respuesta, le arreglo todo en un morral viejo. Tercióselo el hombre muy convenido, y salió de gira , completamente olvidado del ensayo de suicidio.
Llegado apenas a las afueras del lugar acometióle el deseo de probar aquellas suculencias. Abre el morral, pone todo sobre el poyo de un puente, y, cuando va a partir la prueba, salen a la vez cuatro mendigos, pide que pide. ¡Pues no faltaba más!
Enmorrala todo, apresurado; los denuesta furioso; y como un huracán, toma soleta senda arriba. Llega a un recodo que le parece de encargo para su antojo; saca todo a las volandas; mas no son, entonces, cuatro: son doce los mendigos que le saltan. ¡Hasta irían a matarle esos infames! Mucho puede el pánico, pero más pudo el hambre: con disimulo guarda todo, con disimulo toma el morralillo, y se escabulle que ni el humo. ¿Qué hacer? Guardarse de caminos reales.
Toma, entonces, un atajo, e internándose por entre las espesuras de un bosque llega a las márgenes de un arroyo. ¡Aquí si estaba libre de pedigüeños astrosos! Pone sus provisiones sobre el verde césped, muy virgiliano y muy satisfecho, a la sombra deliciosa de unos arrayanes. Va a escanciar la copa, y, ¡oh negra estrella! Un pordiosero todo harapos y fatiga, surge como brotado de la tierra. Con voces lastimeras implórale un bocado, échalo el hombre enhoramala; guarda de nuevo aquellas provisiones que parecen maldecidas, y trata de escaparse. Pero el pordiosero se le interpone y se le va transfigurando, hasta convertirse en un hombre delgado, melancólico, de túnica nevada, el rostro como cera, los ojos como uvas moscateles, como trigal maduro la barba y los cabellos. Más que el sol resplandece su cabeza.

II

-¿Me conoces? – pregunta con una voz de flauta.
-Te conozco – contesta el hombre, muy sereno -. He visto tu retrato en muchas partes.
-¿Y sabiendo que soy, y que sufro siempre sed, me despides y me niegas una gota de tu vino?
-¡Si antes de saber quien fueras te la negué, cuanto más ahora que te conozco!
-Si he obrado mal, muéstrame en qué; o si no, ¿Por qué me hieres?
-¿Y tu me lo preguntas? ¿Piensas acaso, que me tienes muy obligado? A muchos concedes facultades, honores, magnificencias... ¡qué sé yo! A mí, ineptitudes, hambre, humillación. Alos malvados y soberbios los pones en las cumbres: a mí, que soy un humilde; que a nadie hago daño, me hundes siempre .
-¿Sabes mi Sermón de la Montaña?
-Sí; aunque lo enredo.
-Ya sabrás entonces que en él estás comprendido. ¡Todo es por probarte hombre!...
-¿Sí? ¡Pues a mí puedes probarme, si ese es tu gusto; pero mi comida y mi vino no los probarás!
Y, recogiendo todo con mucha flema, emprende marcha y deja a Jesucristo plantado a orillas del arroyo.
Andando, andando, siente música de aguas, pone oído, busca, y da a poco con una gruta escondida, de donde salta un manantial. ¡Aquí sí! Ni Cristo con su peonada de bienaventurados, ni el diablo con sus presidios, ni los genios andariegos del monte darían con esta caverna. ¡Mucho que sí! No bien intenta el yantar sale un viejecita, muy remendada y zurcida. Se apoya en un bordón, y pide por señas, porque el cansancio no la deja articular. Más de presto se transforma, a su vez; se transforma en un ser etéreo, desvanecido en blancuras y nimbado de estrellas.
-¡No me vengas con figuritas, que conmigo nada sacas! – exclama el hombre, enronquecido por el enojo -. No te daré un mendrugo. Mucho le enseñaste a tu hijo.... ¡Hasta a hacer milagros! Pero lo que fue justicia y cuentas de división...¡ni tanto así! Sé que eres la Madre de los Desamparados; pero a mí me borraste de la lista: Sé que cuanto pidas a tu hijo te lo concede al punto; mas para mi no has querido pedirle ni una miserable pocilga. No me salgas con que se te ha olvidado, porque harto te lo viven recordando mi mujer y mis hijos.
Y, otra vez guardada, plantón y huida.
Indudablemente que era víctima de alguna travesura del Enemigo Malo. Ya él había oído predicar al párroco que el diablo es tal que ha aparentado a veces la figura de Jesucristo. Y esas provisiones estaban, desde luego, bien endiabladas. ¿Y qué? Aunque el vino fuese de los propios lagares del infierno; aunque esa carne fuera del mismo macho cabrío y la hubiese guisado en persona el demonio con sus garras indecentes, había de tener el gusto de engullirse todo, el solo, sin aflojar a nadie una partícula.
Enloquecido por el hambre se tira por ahí en unas piedras, cerca de una roca de donde filtra apenas un hilillo cristalino. Emprende apresurado, y.... ¡lo de siempre! Oye traquidos extraños y quebrazón de caña , y asoma, ¡Dios lo asista! el grandísimo Espanto. Se le cuadra al frente, augusto y soberano. Trae la armazón muy lustrosa , y muy enhiesta la tiara de pedrería. Pide con la diestra ; apóyase con la otra en el asta aúrea y maciza de su guadaña, mientras le cuelga atrás y le arrastra, como cascada de sangre, el regio manto de escarlata.
-Acércate y siéntate - salta el hombre muy solícito, poseído repentinamente de inusitada urbanidad -. Comparte conmigo esta pobreza. Te la ofrezco con toda el alma. De mil amores te ofreciera un banquete espléndido, pero mi situación no es para tanto.
-Gracias mil, amigo mío - repone su Majestad, no menos urbana y efusiva -. Te pedía por guasa, únicamente. Siéntate tú y come que yo te acompaño en espíritu.
-¡Siquiera una copita! Es de lo rico.
-¡Gracias tantas! Estoy afiliada a la logia de los temperantes; pero, por atender a tan amable invitación, te aceptaré la copa, de sobremesa.
-¡Pues con tu permiso!
Siéntase mi hombre a comer, que aquello es.
¡Cuidado si sabían guisar en los infiernos!; la convidada se recuesta en la piedra con gentileza áulica y actitud filosófica.
Nadie ignora que, a más de sapiente, es ella grande hablista y académica omníglota.
Cuando el cuarto de cabrito, la mitad de la bota y el pan entero colmaron las lobregueces de aquel estómago, se produjo la autócrata con mucho atildamiento y casticismo.
-Estoy altamente maravillad y profundamente agradecida de tan noble como generosa hospitalidad . Por vez primera en mi larga y fatigosa existencia, merezco los honores de una cordial acogida. Tanto me odian los hombres, que, por no mirarme de frente y por hacerme la competencia, se truncan ellos mismos la vida, hora por hora, minuto por minuto, mucho antes del tiempo prefijado para mis ineludibles entrevistas. A menudo me les anuncio, a fin de que me acojan cual yo me lo merezco y cumple a seres tan efímeros como a las mariposas de los campos. A menudo me les acerco dulce, sosegada, henchida de promesas, mostrándoles los muros luminosos de la Jerusalén celeste. Todos, empero, me reciben torvos y aviesos.
Los deudos mismos, si exceptuamos los presuntos herederos, me ponen ceño siniestro de medico vencido. Tú, sólo; sólo tu mortal felice, me has recibido como a mi Augusta Majestad le es debido. En verdad te digo que me tienes obligada y que sabré agradecerte tus finezas. Finezas, sí; porque, aunque me temas, ¡harto se me alcanza que no me adulas!
-¿Yo adularte?¿Y a ti? Pues si por eso me encantas, cabalmente; por eso te quiero y te estimo: porque no eres como otros, porque nunca adulaste al más pintado. Con santos y con malvados, con siervos y soberanos, con potentados y pordioseros, con la juventud y con la vejez, con la espuma y la zurrapa, eres igual; eres la misma. Eso se llama justicia, equidad, ciencia distributiva; eso se llama ser gente.
Y, yendo al hilo de agua, lava la copa, la enjuga con una hoja, la escancia hasta los bordes y se la presenta a su invitada. Toma él la copa y chocan.
-¡Por tu felicidad! - dice ella.
-Por la tuya Alteza. Y...¡hasta verte, Jesús mío!
-Que vino más rico y más extraño - exclama la soberana en apurándolo -. Es un néctar que envidiarían los mismos dioses. En verdad te digo anfitrión amabilísimo, que si le cato antes, no firmara la temperancia que he firmado. A ver la marca...¡no la tiene! Es raro. ¡Harto raro! ¡Dijérase extraído de la viña más opima del Paraíso! Pero....¡quien sabe!...Este vino....
Y se queda suspensa, distraída, ensimismada. Mi hombre, en ascuas, a la vez que en glorias. ¡Valiérale Patetas! ¡Si resultaría que hasta a la Justiciera le estaba alcanzando el embrujamiento! Lo que era él, sentíase delicioso, lleno de arrestos, de astucia, de audacia. ¡Si así fuera siempre!
-¿De donde lo hubiste? - le pregunta ella al cabo.
-¿El vino, Majestad?
-Sí; ¡este vino pérfido, diabólico!...
-No sé. Alteza. Mi mujer manda a comprarlo a las bodegas más acreditadas. Hasta hoy nada hemos notado.
-¿Conoces, por acaso, a cierta alma del cura, que se llama Jónica?
-La conozco, Alteza.
-Pues acá, en el seno de nuestra estrecha amistad, debo decirte que esa mujer, ahí donde la ves tan recogida, es una bruja de los más funesto y urdemales. En el conventículo que se ha formado en las ruinas de un templo de Príapo, la he visto, pasada media noche, con otras de la laya, en zambras libidinosas con el demonio. ¡El poder del Infierno es incalculable! No es difícil que la hembra infame ponga filtros infernales en cualquier vino. Sólo el de consagrar está libre de hechizos. Después de ese... ni el agua santa de Dios. Más, sea esto lo que fuere, yo no estoy bajo el dominio de Satanás por más que me alcancen sus influencias y ... vamos a nuestro asunto: pensaba dejarte, como prenda de amistad y galardón por tus favores, unas cuantas talegas de oro amonedado. Pero este vino demoníaco, que alumbra el entendimiento con intuiciones maravillosas, me ha hecho discurrir con el acierto que caso tan inaudito ha menester. Pues bien amigo mío, si soy la encargada del gran castigo lo soy también del gran premio; el mayor premio que en lo terrenal puede alcanzarse. Y, pues eres tú el único nacido que supo hacerme justicia a mí, la calumniada, quiero sellar con esta adjudicación la alianza más hermosa que existir pueda entre mi Majestad y el hombre. Acércate.
Y, poniéndole en la sien izquierda la falange extrema del índice, pronuncia muy solemne y ritual:
-Tibi, in nomine, Dei, Unus et Trinus, maximun hoc praemium, dedico. Y agrega en castellano:
-¡Allá tu con el Ser Supremo!
No bien quita el imperial hueso, brota en el punto que ha tocado una verruguilla apenas perceptible al tacto.
-Cuando quieras algo - prosigue la adjudicante -, lo tendrás ahí mismo, con sólo llevar el dedo indicador a esa excrecencia providente. No pidas salvación para ti ni para nadie; que ni ella se da gratis ni está en mis manos concedértela. Esa tienes que buscarla tu mismo por tu cuenta y razón. Hartos medios tendrás si sabes buscarla. No me pidas, tampoco, resurrección alguna. Los pocos que Cristo y otros han resucitado, sobre hacerles flaquísimo servicio, me los arrancaron a la fuerza. En cuanto a lo demás no te pares en chiquillas, pide días hasta el día del juicio, belleza, salud y juventud hasta entonces; hasta entonces, goces, triunfos, fruiciones. Pide poderíos, imperios, continentes; pide el mundo. Todo lo tendrás. En verdad te digo que la bota te hizo el juego. Si no es por ese vino.... ¡Y adiós, que he perdido un tiempo precioso!
Se estrechas , se ciñen, cruje todo el esqueleto; se desligan y su Alteza se va por donde vino.
El hombre torna al pueblo, entrajado que ni un rey.
La bota montada en oro, le cuelga airosa a guisa de escarcela. Cabalga un bucéfalo que el de Alejandro era una rata. Tira a los transeúntes cada moneda, que se matan, en la rebatiña. Halla el pueblo en el colmo del pánico. Su mujer y el ama del cura acaban de morir repentinamente, casi a un mismo tiempo.
Pasadas las pompas fúnebres apresta a sus hijos, sacude el polvo de su tierra y la abandona, dejando una estela de oro, de pasmo y de envidia.
Aunque esto aconteció cuando San Juan estaba en su isla y la Magdalena en su espelunca, por ahí anda mi hombre, la bota al cinto, el dedo en la verruga. Por ahí anda triunfante, en perpetua apoteosis. "Mientras más liba de la bota inagotable, más grande aparece. Eterno transformista, cambia de accidentes, cambia de escenario; reencarna ya en una forma, ya en la opuesta; pero es el mismo, siempre el mismo.
Unas veces es Tamerlán y otras Saladino; unas, Apolonio; otras Mahoma. Aquí es Carlos V; acá Barbarroja; allá Luis XIV; acullá Lutero. Ahora es esto, ahora es aquello; y lo que se quiera.... y el demonio coronado". Es en fin, el hombre terrible de cada siglo de nuestra Era: es la soberbia vencedora, desvanecida... Y punto final.
-¿Qué dice de mi historia la gran Reverencia?
-¡Nada! Sólo digo que si estuvieras todavía bajo mi disciplina, te había de aplicar, como a tu héroe, el gran premio de arresto y ayuno, por estrafalario y ocioso.










Tomás Carrasquilla Naranjo, nació en Antioquia, Colombia en 1.858 y muere en Medellín, Colombia, en 1.940